Solemos pensar que con cuidar, educar y consentir a nuestros hijos, basta para verlos crecer felices, pero poco nos detenemos a pensar en que la base de su felicidad real se encuentra en la que tengamos nosotros, sus padres.
Cada vez que salgo a la calle, en un viaje, en mi trabajo, en el súper… en todas partes pienso en ellos. Sí, en mis hijos. En que tengan lo mejor y reciban la mejor educación y todo por una simple razón: quiero verlos crecer felices.
Como en mi caso, cada uno de los esfuerzos que los padres llevamos a cabo por buscar la felicidad de nuestros hijos es sólo una parte de criar niños íntegros y sanos. Pero la otra parte, ésa de la que no habla casi ningún libro y en la que poco nos detenemos a pensar, es la que toca a nuestra felicidad.
Aun cuando tengas las mejores intenciones de dedicar tiempo a la familia y a tu pareja, si no te atiendes a ti mismo (comer, dormir, hacer ejercicio, darte tiempo para tu desarrollo espiritual e integral), no estarás 100% disponible, tanto física como emocional y mentalmente. Por ende, tus hijos no tendrán padres fuertes que los apoyen.
Además, es importante recordar que todas tus acciones son lecciones para ellos. Si vas por la vida sin cuidar tu desarrollo integral –que es parte de tu estima–, lo único que sles enseñarás es que está bien “abandonarse”.
Recuerda al procurar estar bien, esto se convertirá en parte de la felicidad de tu pareja y de tus hijos.
Cuando los matrimonios tienen niños, se suman más responsabilidades de las que naturalmente tiene un adulto. Esto significa que, además de trabajar, ocuparse de la casa y de la comida, ahora también hay deberes, reuniones en el colegio y citas con el doctor.
Al final de la semana, es posible que te des cuenta de que no encontraste un sólo momento para compartir con tu pareja. Si éste es tu caso, ésta debería ser “una responsabilidad”, ya que no sólo será beneficioso para tí, tu estado de ánimo y el bienestar de tu matrimonio, sino también por tus niños.
La forma en que los hijos ven a sus padres relacionarse, es como aprenden a relacionarse con los demás. Si perciben un matrimonio que interactúa, disfruta y aprende en conjunto, lograrán hacerlo de la misma manera con sus pares.
Esto también repercutirá en sus relaciones amorosas cuando crezcan, ya que el ejemplo de pareja que tienen en su hogar es el que tomarán de referencia cuando llegue su momento de llevar una relación adelante.
Por otro lado, el ver una conexión sana y feliz entre sus padres hace que los niños se sientan emocionalmente seguros. Es esencial para asegurar un buen desarrollo psicológico e intelectual.
Por supuesto, para conseguirlo, deben ver que sus padres se toman momentos para enriquecer su relación y disfrutarla.
Es natural –aunque no sano– que al tener hijos experimentemos la responsabilidad de quedar “en segundo plano” y dediquemos toda nuestra atención a ellos y a su bienestar.
Sin embargo, es posible olvidarse de que su bienestar también depende del estado de su papá y mamá. Si ellos los ven felices, se proyectarán felices. Así que tómalo como una tarea más que debes cumplir en tu rol de padre; hazlo por toda la familia.
Como papás no podemos regalarles la felicidad, pero sí podemos enseñárselas. ¿Cómo? ¡Practicándola! Cuando un papá o una mamá se siente feliz y está contento con sus propias actividades, es mucho más fácil que transmita felicidad a quienes le rodean.
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